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Mateo Falcone, cuando yo estaba en Córcega en 18..., era un hombre lo bastante rico para el país; vivía dignamente, esto es, sin hacer nada, del producto de sus rebaños, que algunos pastores, especie de nómadas, llevaban a pacer, de acá para allá, por los montes. Cuando lo vi, dos años antes del acontecimiento que motiva este relato, me pareció, sobre poco más o menos, de unos cincuenta años de edad. Imagínate, lector, un hombre pequeño, pero robusto, de encrespados cabellos, negros como el azabache, nariz aguileña, labios delgados, ojos grandes y vivos y una tez color de cuero. Pasaba, aun en su misma comarca, en la que tan buenos tiradores había, por ser un tirador extraordinario.
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