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Un poeta sale a pasear y ante su mirada se alternan la belleza de la vida y el absurdo de las convenciones de la sociedad, el sonido de una voz que canta y el espectáculo del gran teatro del mundo.
La vida de Robert Walser es una de las más apasionantes tragedias de la literatura centroeuropea de este siglo. Autodidacta, errante, finísimo estilista de la lengua alemana y provisto de una mirada capaz de destripar la realidad con la más suave ironía, Walser empleó los pocos años en que pudo escribir, entre 1904 y 1925, antes de sucumbir a una enfermedad mental de origen hereditario, en tallar exquisitas miniaturas acerca de una vida cotidiana poblada de personajes e impresiones que vienen de la noche cuando ésta es más oscura. El paseo es una de esas miniaturas. Entre el sabor más crítico y la más pura de las reflexiones, El paseo es una espléndida muestra del arte de este autor tan admirado por escritores como Kafka, Thomas Mann, Musil, Canetti, Walter Benjamin o Claudio Magris, entre otros.
El estilo antiguo, excesivamente amable, te dificulta implicarte con el libro al principio pero poco a poco sus inteligentes observaciones y su lenguaje, qué dominio, te atrapan, hasta que llegas a la escena del bosque: quien tenga una relación especial con ellos se quedará boquiabierto, qué capacidad de traducir en palabras el complejo de sentimientos que produce el encuentro con lo silvestre, me he convertido en su total admiradora.
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